En mi modesta opinión
El silencio de los corderos
Creo que
cincuenta y seis años viviendo y trabajando en Cataluña me autorizan para dar
una opinión sobre el tema del nacionalismo.
Yo fui uno de
tantos a los que el hambre sacó de su tierra y trajo a Cataluña. Desde los doce
años hube de soportar burlas, como todo charnego, sobre si lo primero que me
compraba al llegar aquí era una gabardina o era un reloj. Atribuí esas
estupideces a la ignorancia y a la necesidad de poner a otro en lugar mas bajo
para sentir que se es alguien. Lo pasé por alto sin más problema. Aprendí
catalán a los tres años de mi llegada y ya entonces utilizaba palabras que en
aquel momento solo conocían los allegados a Pompeu i Fabra. Cuando se
presentaba la ocasión defendí ante los grises
el derecho de los catalanes a hablar la lengua de sus padres, porque me
parecía de justicia. En fin, me integré en esta sociedad que, en aquellos
momentos, era plural y cosmopolita.
Después de
contribuir con mi minúsculo granito de arena a recuperar las libertades, empezó
una triste etapa para muchos castellano-parlantes; la llegada de una élite
fanática de ultra-catalanismo pero que reptaba hacia el poder con el sigilo de
una culebra. Hasta el punto de que si (yo que colaboré a recuperar la
normalidad de la lengua catalana) pongo el rotulo de mi tienda, en castellano,
me voy a encontrar con una sanción.
Me recuerda a
la teoría de que: Los niños maltratados acaban siendo maltratadores.
Desde la
enseñanza, adoctrinaron hacia la segregación y, siendo esto un proyecto
tradicionalmente burgués, contaminaron a los partidos que entonces se
consideraban de izquierda que, poco a poco, fueron perdiendo el apoyo de lo que
fue siempre su respaldo social: El
cinturón rojo de Barcelona. (Véase si no los votos de PSC y PSUC en aquella
época)
En estos
momentos hemos llegado a un punto peligroso en la convivencia. Con un cincuenta
y cinco por ciento de personas de origen castellano no es viable una
segregación de España sin que medie la
violencia. Eso lo saben los acérrimos de un bando y de otro, pero aun así
siguen en su empecinamiento.
Me importa un
bledo el patriotismo español lo mismo que me resbala el patriotismo catalán. En
cambio sí me preocupa la convivencia cuando se llama a cerrar filas en torno a
un sentimiento nacionalista, sea este español o catalán.
Es patético
ver a la llamada izquierda catalana y republicana (ERC, ICV, CUP) haciéndole el
trabajo sucio a la burguesía amasadora de riqueza, la misma que, bien entrado
el siglo veinte, perseguía a tiros a sindicalistas por los barrios de Ciutat Vella.
Por otro lado
es difícil ponerse del lado de la derecha cavernaria españolista cuando
defiende la unidad de España.
Esa España por
la que provocaron la muerte de un millón de españoles.
Una buena
parte de los ciudadanos de Cataluña nos encontramos emparedados entre
(utilizando un símil futbolístico) los Boixos
Nois y Los Ultra sur. Me pregunto cuál es la diferencia entre ambos.
Se hace
necesario, pues, que acabe el silencio de los corderos y empecemos
a mostrarnos como ciudadanos que exigen que los gobernantes se dediquen a
mejorar la vida de las personas y se olviden de pudrir la convivencia. Levantar
la voz del sentido común; el famoso seny catalá.
Esta lucha
entre las derechas me recuerda la película del Padrino cuando uno de los capos
quiere montar su propia “familia” para poder traficar sin el control del “Capo di tutti capi”. Y es que, “entre ladrones anda el juego”.
EFC
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