domingo, 16 de noviembre de 2014



En mi modesta opinión



El silencio de los corderos

Creo que cincuenta y seis años viviendo y trabajando en Cataluña me autorizan para dar una opinión sobre el tema del nacionalismo.
Yo fui uno de tantos a los  que el hambre  sacó de su tierra y trajo a Cataluña. Desde los doce años hube de soportar burlas, como todo charnego, sobre si lo primero que me compraba al llegar aquí era una gabardina o era un reloj. Atribuí esas estupideces a la ignorancia y a la necesidad de poner a otro en lugar mas bajo para sentir que se es alguien. Lo pasé por alto sin más problema. Aprendí catalán a los tres años de mi llegada y ya entonces utilizaba palabras que en aquel momento solo conocían los allegados a Pompeu i Fabra. Cuando se presentaba la ocasión defendí ante los grises el derecho de los catalanes a hablar la lengua de sus padres, porque me parecía de justicia. En fin, me integré en esta sociedad que, en aquellos momentos, era plural y cosmopolita.
Después de contribuir con mi minúsculo granito de arena a recuperar las libertades, empezó una triste etapa para muchos castellano-parlantes; la llegada de una élite fanática de ultra-catalanismo pero que reptaba hacia el poder con el sigilo de una culebra. Hasta el punto de que si (yo que colaboré a recuperar la normalidad de la lengua catalana) pongo el rotulo de mi tienda, en castellano, me voy a encontrar con una sanción.
Me recuerda a la teoría de que: Los niños maltratados acaban siendo maltratadores.
Desde la enseñanza, adoctrinaron hacia la segregación y, siendo esto un proyecto tradicionalmente burgués, contaminaron a los partidos que entonces se consideraban de izquierda que, poco a poco, fueron perdiendo el apoyo de lo que fue siempre su respaldo social: El cinturón rojo de Barcelona. (Véase si no los votos de PSC y PSUC en aquella época)
En estos momentos hemos llegado a un punto peligroso en la convivencia. Con un cincuenta y cinco por ciento de personas de origen castellano no es viable una segregación de  España sin que medie la violencia. Eso lo saben los acérrimos de un bando y de otro, pero aun así siguen en su empecinamiento.
Me importa un bledo el patriotismo español lo mismo que me resbala el patriotismo catalán. En cambio sí me preocupa la convivencia cuando se llama a cerrar filas en torno a un sentimiento nacionalista, sea este español o catalán.
Es patético ver a la llamada izquierda catalana y republicana (ERC, ICV, CUP) haciéndole el trabajo sucio a la burguesía amasadora de riqueza, la misma que, bien entrado el siglo veinte, perseguía a tiros a sindicalistas por  los barrios de Ciutat Vella.
Por otro lado es difícil ponerse del lado de la derecha cavernaria españolista cuando defiende la unidad de España.
Esa España por la que provocaron la muerte de un millón de españoles.
Una buena parte de los ciudadanos de Cataluña nos encontramos emparedados entre (utilizando un símil futbolístico) los Boixos Nois y Los Ultra sur. Me pregunto cuál es la diferencia entre ambos.
Se hace necesario, pues, que acabe el silencio de los corderos y empecemos a mostrarnos como ciudadanos que exigen que los gobernantes se dediquen a mejorar la vida de las personas y se olviden de pudrir la convivencia. Levantar la voz del sentido común; el famoso seny catalá.

Esta lucha entre las derechas me recuerda la película del Padrino cuando uno de los capos quiere montar su propia “familia” para poder traficar sin el control del “Capo di tutti capi”. Y es que, “entre ladrones anda el juego”.



                                         EFC

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