Así empieza
Hace dos meses ya, desde acabado el verano,
que nadie ha pisado las solitarias calles de Benimerín. Tampoco lo habría hecho
Mireia de no ser por el acicate de su indómita curiosidad que, de vez en
cuando, la mete en líos. Es el atardecer de un
noviembre inhóspito con nubarrones borrascosos y fuertes ráfagas de viento
silbando por entre las callejuelas empedradas. Está completamente sola en el
pueblo; hace ya tres años que se marcharon los últimos ancianos, temerosos de
que una noche de esas les sorprendiera la guadaña aislados en medio de una
nevada. (Durante un tiempo se resistieron a abandonar el nido; vivir en un
bloque de pisos en Madrid o Barcelona era como meterlos en un nicho
prematuramente y, tal vez, con sentimiento de culpabilidad por menguar espacio
vital a unos nietos que solo conocían de verlos una vez al año. Eso los más
afortunados, el resto ocuparían una plaza en el hogar de ancianos de Ugíjar,
donde cada otoño se despedía a uno o dos coetáneos de los pueblos de
alrededor.)
Tampoco se ven los visitantes esporádicos que suelen subir en
verano, estos desaparecen cuando llega el mal tiempo. A esa altura el paisaje
se va tornando agreste y escasea la vegetación, que es abundante en cotas más
bajas. Solo en las barranqueras, al abrigo de la humedad, crecen castaños centenarios
rodeados de helechos bajo los que discurre un pequeño torrente de agua
cristalina.
Benimerín está alejado de la ruta más turística de La Alpujarra, y
por allí no hay ningún restaurante ni tienda de souvenirs que pueda interesarles. Solo
llegan montañeros caminantes de mayor o menor entidad. Unos, habituales
kilometreros, y los más, voluntariosos deportistas ocasionales a la búsqueda de
perder kilos de una tripa prominente ellos, o celulitis de los glúteos ellas.
Después de años de hacer oídos sordos a los
avisos del notario, Mireia finalmente se ha decidido a viajar hasta Granada
para tomar posesión de la herencia, como única beneficiaria. De una familia que
en otro tiempo fue prolífica, únicamente quedan ella y dos tías, una de las
cuales vive en Barcelona y la otra en Jerez.
Disfruta de una cierta holgura económica gracias a su trabajo como
intérprete en la sede de la UNESCO, en París, de donde llegó a Granada hace dos
días. Una vuelta por la Alhambra, un paseo por el Campo del Príncipe y parada
de picoteo en Los Altramuces, visita a La Cartuja y, por la noche, sesión de
teatro en el Corral del Carbón para asistir a la representación de La casa de Bernarda Alba.
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