jueves, 13 de marzo de 2014


Nostalgias


Otra noche más. Larga, solitaria y tediosa como las demás. De nuevo, la luna esparcía hechizo sobre la solitaria cabaña, donde el triste personaje regurgitaba los recuerdos de un viaje a Tafí del Valle. El crepitar de las llamas se mezclaba armonioso con la música que esa noche le mecía el espíritu. Hoy no era Nina Simone. Eran melodías de añoranza de un andaluz sin parangón, Carlos Cano, que desgranaba estrofas preñadas de nostalgia. Cada nota y cada palabra, sentía que reflejaban el sentir de su propia ausencia, de su misma soledad. Ven, ven, musitaba interiormente como si su deseo pudiera cumplirse por arte de magia. Pero no sería así, se habría de conformar con acariciarla, solo mentalmente, mientras la música completaba el resto de la historia:

Ven, que no sé vivir sin ti
Ven, que me falta tu calor
Que tengo ganas de ti
Que me muero por tu amor

Que desespero, amor
Qué desespero
Que arde mi corazón
Como un lucero

Y yo tan solo
Y tú tan lejos
Que desespero, amor
Qué desespero

Ven, que no puedo sufrir más
Ven, que no sé vivir sin ti
Ven, que me falta tu calor
Que tengo ganas de ti, que me muero por tu amor…

De nuevo la misma rutina, fuego y mente se apagaban al unísono, y otra noche quedaría atrás para llegar al alba y seguir contando minutos y horas en un lánguido acontecer sin Edurne.
Su singular relación con ella no traspasaba el umbral de la carne, y habría de conformarse con miradas y palabras afectuosas. Tan solo olerla, mirarla embelesado. Sabría de su perfume pero no de su sabor. Eso le estaba vedado por una demasía en años. Se rebelaba interiormente por la traición de su cuerpo y tambien por un prejuicio estúpido que le adjudicaba fecha de caducidad cuando estaba seguro de poder hacerla feliz.
Pero habría de rendirse a la realidad que la mantenía a kilómetros de sus deseos. Tan cercana en la distancia como inalcanzable para él. Habría de conformarse con un afecto dulce y caluroso que, lejos de saciarle, le impelía aún más hacia ella.
Miró de nuevo la carta sin abrir y la llevó a los labios. El perfume era leve, pero olía a Edurne.
La suya era una extraña relación que ni siquiera él comprendía.
Tampoco ahondaba en aquellos sentimientos por temor a encontrar una respuesta que, probablemente, podría decepcionarle. Era mejor aceptar la realidad.

                                                                                   EFC

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