Nostalgias
Otra noche
más. Larga, solitaria y tediosa como las demás. De nuevo, la
luna esparcía hechizo sobre la solitaria cabaña, donde el triste personaje
regurgitaba los recuerdos de un viaje a Tafí del Valle. El crepitar de las
llamas se mezclaba armonioso con la música que esa noche le mecía el espíritu.
Hoy no era Nina Simone. Eran melodías de añoranza de un andaluz sin parangón,
Carlos Cano, que desgranaba estrofas preñadas de nostalgia. Cada nota y cada
palabra, sentía que reflejaban el sentir de su propia ausencia, de su misma
soledad. Ven, ven, musitaba interiormente como si su deseo pudiera cumplirse
por arte de magia. Pero no sería así, se habría de conformar con acariciarla,
solo mentalmente, mientras la música completaba el resto de la historia:
Ven, que no sé vivir sin ti
Ven, que me falta tu calor
Que tengo ganas de ti
Que me muero por tu amor
Que desespero, amor
Qué desespero
Que arde mi corazón
Como un lucero
Y yo tan solo
Y tú tan lejos
Que desespero, amor
Qué desespero
Ven, que no puedo sufrir más
Ven, que no sé vivir sin ti
Ven, que me falta tu calor
Que tengo ganas de ti, que me
muero por tu amor…
De nuevo la
misma rutina, fuego y mente se apagaban al unísono, y otra noche quedaría atrás
para llegar al alba y seguir contando minutos y horas en un lánguido acontecer
sin Edurne.
Su singular
relación con ella no traspasaba el umbral de la carne, y habría de conformarse
con miradas y palabras afectuosas. Tan solo olerla, mirarla embelesado. Sabría
de su perfume pero no de su sabor. Eso le estaba vedado por una demasía en
años. Se rebelaba interiormente por la traición de su cuerpo y tambien por un
prejuicio estúpido que le adjudicaba fecha de caducidad cuando estaba seguro de
poder hacerla feliz.
Pero habría de
rendirse a la realidad que la mantenía a kilómetros de sus deseos. Tan cercana
en la distancia como inalcanzable para él. Habría de conformarse con un afecto
dulce y caluroso que, lejos de saciarle, le impelía aún más hacia ella.
Miró de nuevo
la carta sin abrir y la llevó a los labios. El perfume era leve, pero olía a
Edurne.
La suya era
una extraña relación que ni siquiera él comprendía.
Tampoco
ahondaba en aquellos sentimientos por temor a encontrar una respuesta que,
probablemente, podría decepcionarle. Era mejor aceptar la realidad.
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