domingo, 16 de marzo de 2014

Un sueño descabellado




En mi modesta opinión

Uno de esos días en que anualmente solemos regurgitar el 23-F, e influida mi mente por el seudo-reportaje de Jordi Évole, me fui a la cama con las neuronas a vueltas con el tema. Por la mañana me percaté de que había tenido un sueño descabellado, mi cabeza había estado elaborando una hipótesis, de lo más peregrino, sobre lo que pasó hace 33 años en el congreso de los diputados.

Resulta que, este país, que un patriota de renombre había vendido a trozos estratégicos a una gran potencia para que esta colocase sus avioncitos, estaba hasta los güevos de una dictadura y de esa gran potencia que la protegía. La gente esperaba, paciente, a que se agotase el sistema. Como el jefe ya estaba chocheando y la cosa se tambaleaba, nombró a su más ferviente discípulo para que tomase las riendas de la finca.
Mi gozo en un pozo, pensó el personal, porque el señor almirante que quedó al cuidado del cotarro resultó ser más papista que quién le había nombrado.
Como consecuencia, la cosa se empezó a inquietar, y la potencia protectora de dictaduras afines, pensó que el asunto de la transición corría el peligro de decantarse hacia el lado donde anida el corazón. Algo tendremos que hacer, se dijeron los sesudos capitostes de la gran potencia. El problema era que no se podían ensuciar sus pulcras manos imperialistas con algo que no fuese publicable. Analistas especializados en tirar la piedra y esconder la mano elaboraron un plan para que la cosa fuese por el camino correcto y según los parámetros de los buenos usos de la Compañía. Entonces buscaron a unos chicos que no se llevaban bien con el almirante y sus acólitos; chicarrones del norte dispuestos a lo que hiciese falta. Les allanaron el camino para que pudiesen ejecutar la proeza y, cierto día que el almirante iba a engullir una hostia consagrada, para hacerse perdonar los pecados por las hostias, menos consagradas, que había repartido durante su vida militar, el coche en que viajaba se proyectó hacia los cielos yendo a parar al patio de un convento (cosas de la mística).
Eliminado el obstáculo que impedía un proceso hacia una democracia tutelada, era cuestión de esperar a que la espichase el viejo que, como buen zorro, tenía un plan B: Pasarle los trastos a un aprendiz, de rancio abolengo, que el mismo venía preparando desde hacía años. En esto que la palmó. Las cosas se precipitaron y los gallitos del corral se pusieron de acuerdo para que un presidente, corona en testa aglutinase bajo su capa borbónica a toda la tropa. Como hubo quienes tuvieron que comulgar con ruedas de molino, por aquello del buen rollito, algunos estaban cabreados   y se resistían a formar parte del clan militar imperialista. La cosa volvía a no ir por buen camino y los analistas sesudos hubieron de urdir un nuevo plan que ablandase voluntades y erigiese al de la corona como salvador de la patria. Se trataba de dar un susto a los españolitos para que se fuesen la pata abajo y se comiesen cualquier rueda de molino por gruesa que fuese. Buscaron a unos primos con tricornio para hacer de chivos expiatorios y, con unos cuantos tanques, con un salvapatrias exaltado al frente, del que ya sabían de qué pie cojeaba, montaron el pollo en Valencia. Una noche de canguelis y, de OTAN no, se pasó a OTAN hasta la muerte, el Borbón se convirtió en el hada madrina, metieron al país entre los mercaderes que Jesucristo expulsó del templo, el de la corona casó a todos sus hijos-as, cazó animalitos con trompa y, colorín colorado, este sueño se ha acabado.
Descabellado, ¿no?                              

                                      EFC.

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