Nostalgias
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obre el acantilado, la pequeña
cabaña de madera emitía volutas de humo y, engullida por el bosque, se dejaba
atisbar levemente, solo iluminada en sus ventanas por la oscilante luz de las
llamas de la chimenea. Dentro, un único espacio ambivalente acogía una cama
dispuesta directamente sobre el piso de madera, dos mecedoras de recaragolados
brazos, varios recuerdos de viajes exóticos, dos réplicas de Gustav Klimt, una
pequeña cocina, encastrada entre los troncos de la cabaña y una gruesa manta, a
modo de alfombra, ante la chimenea. Desde la ventana se divisaba el cono
plateado que la luna proyectaba sobre el agua mientras, a lo lejos, se
adivinaba un leve rumor de olas incansables y rutinarias.
Sobre la
manta, el hombre maduro, que esa noche regurgitaba memorias, apuraba una copa
de coñac mientras las llamas denunciaban las arrugas que le cruzan la frente. Ellas son la causa que le impide
tener a su lado al motivo de sus nostalgias. Linda, sonriente y tierna,
aparecía en su imaginación, tendida a su lado, recostando la cabeza sobre una
mano, envueltos ambos por la aterciopelada y visceral voz de Nina Simone.
La música se deslizaba en sus oídos como un bálsamo para el espíritu.
Inmerso en sus pensamientos, en el otoño de su vida, dudaba de su
incontrovertible agnosticismo. Se empeñaba en dar las gracias a un dios, en el
que nunca había creído, por haberla conocido. La ternura de sus palabras,
cuando Edurne le enviaba mensajes etéreos a través del mail, conseguían
estremecer los sentimientos de un hombre, ya curtido, convencido de su
exclusión del catálogo amoroso de aquella maravilla femenina. Acariciaba
mentalmente los momentos que disfrutaba de su presencia, que el destino,
generoso, le permitía a título de premio. Tal vez, para compensar los
sufrimientos infringidos durante su larga vida. Saberse estimado por ella,
colmaba largamente las expectativas que un hombre de su edad, aunque de
espíritu párvulo, podía albergar. Hipnotizado por las llamas, le enviaba
calurosos deseos cuando la sabía camino de Bilbao, mientras el coñac lograba
adormecerle sumido en su recuerdo.
EFC
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