jueves, 13 de marzo de 2014


Nostalgias

S
obre el acantilado, la pequeña cabaña de madera emitía volutas de humo y, engullida por el bosque, se dejaba atisbar levemente, solo iluminada en sus ventanas por la oscilante luz de las llamas de la chimenea. Dentro, un único espacio ambivalente acogía una cama dispuesta directamente sobre el piso de madera, dos mecedoras de recaragolados brazos, varios recuerdos de viajes exóticos, dos réplicas de Gustav Klimt, una pequeña cocina, encastrada entre los troncos de la cabaña y una gruesa manta, a modo de alfombra, ante la chimenea. Desde la ventana se divisaba el cono plateado que la luna proyectaba sobre el agua mientras, a lo lejos, se adivinaba un leve rumor de olas incansables y rutinarias.
Sobre la manta, el hombre maduro, que esa noche regurgitaba memorias, apuraba una copa de coñac mientras las llamas denunciaban las arrugas que le cruzan  la frente. Ellas son la causa que le impide tener a su lado al motivo de sus nostalgias. Linda, sonriente y tierna, aparecía en su imaginación, tendida a su lado, recostando la cabeza sobre una mano, envueltos ambos por la aterciopelada y visceral voz de Nina Simone.

La música se deslizaba en sus oídos como un bálsamo para el espíritu. Inmerso en sus pensamientos, en el otoño de su vida, dudaba de su incontrovertible agnosticismo. Se empeñaba en dar las gracias a un dios, en el que nunca había creído, por haberla conocido. La ternura de sus palabras, cuando Edurne le enviaba mensajes etéreos a través del mail, conseguían estremecer los sentimientos de un hombre, ya curtido, convencido de su exclusión del catálogo amoroso de aquella maravilla femenina. Acariciaba mentalmente los momentos que disfrutaba de su presencia, que el destino, generoso, le permitía a título de premio. Tal vez, para compensar los sufrimientos infringidos durante su larga vida. Saberse estimado por ella, colmaba largamente las expectativas que un hombre de su edad, aunque de espíritu párvulo, podía albergar. Hipnotizado por las llamas, le enviaba calurosos deseos cuando la sabía camino de Bilbao, mientras el coñac lograba adormecerle sumido en su recuerdo.

                                              EFC

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